sábado, 6 de marzo de 2021

Alfajores de betarraga

Hoy salí de casa con ganas de encontrar algo con lo cual pueda impresionar a quienes quiero; algo que me sirva para poder darles una muestra de cariño, no tanto algo como un beso o un abrazo, que es bastante común, a veces poco sincero y otras veces frío y monótono y hasta invasivo; sino, algo que sea más físico, algo que ellos puedan también disfrutarlo de la misma forma en que yo lo disfruto, algo que ellos y ellas también puedan sentirlo, apreciarlo, verlo y porque no, quizás hasta comerlo.

Me puse a pensar ¿qué puede ser eso? ¿cómo puedo hacer para lograr ese objetivo? ¿qué podría ser aquello que logre enamoralos y hacerles entender que los quiero de una forma tal, que, no podría alejarme de ellos tan fácilmente?. Pensaba y re pensaba en esa alternativa pero, de momento, no encontraba solución alguna. 


Decidí entonces, que quizás, una manera de encontrar la respuesta a esta pregunta, casi, casi existencial, sería, salir y dar una vuelta; ir a pasear un rato. Sin fijarme siquiera en el tiempo y en el espacio. Sin tener idea de los pasos, llegué hasta la plaza principal; empecé a caminar alrededor de ella, como dicen en mi pueblo, “a moler caña”; de pronto, vi a un pequeño acurrucado en una de las banquetas, tenía la cabeza gacha y se le veía llorando, sí, veía que estaba llorando desconsoladamente, las lágrimas no dejaban de caer de sus tiernos ojitos, que se parecían a las de un borrego que está próximo a ser degollado; me le acerqué y le pregunté:

-¿qué pasa? ¿qué tienes? ¿puedo ayudarte en algo?-

-pasa que llevo todo el día en esta plaza; estoy cansado y de hambre, no he probado bocado alguno, y lo peor, tampoco logré vender estos alfajores que mi mamá preparó la noche de ayer; con lo mucho que necesitamos el dinero, para poder comprar los pañales de mi abuelita-

-¿alfajores?- le dije, un tanto incrédulo; 


De hecho, vi la canastilla que tenía al lado y sí, estaba lleno de pequeñas “galletitas” de un color extraño, rellenas de otra cosa que no veía muy bien. Entonces, mientras pensaba en si podía o debía o no ayudar a este muchachillo, se me vino a la cabeza toda esa incertidumbre del inicio del día y que no me dejó dormir; ¿qué puedo regalar a quienes quiero?, y, pues, allí estaba la respuesta, podría bien, hacer llegar un alfajor a cada uno; siento que así los alegraré un poco, y siento que mi espíritu altruista se sentirá contento, luego de asaltar mi propia billetera y devolverle la sonrisa a este niño. Pero, como los colores de la galleta y de su relleno, no eran los clásicos colores de los alfajores, le pregunté. 

-¿por qué crees que no has logrado vender ni un sólo alfajor?, si hay mucha gente aquí-

-pasa que la gente desconfía del color de mis alfajores y de su relleno, más cuando les digo su precio- me respondió mientras levantaba su rostro para mirarme

-¿cuánto cuestan?-

-tres soles la unidad, señor-

-¡qué! ¿por qué tan caros?- le dije sorprendido

-ve, la gente se sorprende con el costo; pero, estos no son los clásicos alfajores que te venden en cualquier panadería, no, estos son alfajores hechos con harina de betarraga, por eso el color de las galletas; y su relleno es de manjar, sí, pero está hecho con leche de almendras; en realidad, cada uno debería costar el doble, pero, si no quieren pagar la mitad, imagínese el precio real- me restregó en la cara, mientras tomaba uno -tenga, pruébelo, cortesía de la casa- dijo con sarcasmo mientras me estiraba la mano con su alfajor maltrecho.


Lo miré, y en mi interior, mi conciencia me encaraba el nivel de mi estupidez, por hacer preguntas que no debía. Tomé la muestra, lo probé; no me lo van a creer pero, en cuanto dí la primera mordida, increíblemente llegué al cielo, no literalmente, pero, sí, llegué a lugares inimaginables; esa primera mordida fue toda una explosión de sabores en mi paladar, no se siente la betarraga y el manjar en su punto. Sí, esto llevaré a mi gente, algo nuevo, algo único, como mis sentimientos; algo que, estoy seguro, los va a enamorar y cautivar.

-Dame todos los que tengas- le dije con la boca llena, y mirando a todos lados, a fin de evitar que alguien más se acerque y se atreva a comprar al menos uno.

-¿todos?- me preguntó incrédulo -son algo más de 50- 

-sí, todos, y es más, te pago un sol más por cada uno-


Son casi las ocho de la noche, estoy a punto de volver a casa; mi crisis existencial ha sido resuelta, al menos esta que es la más fácil.

 

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