domingo, 14 de febrero de 2021

Iniciando la aventura

La mañana del domingo 07 de febrero de 2021, Karol Josep Vela Pizarro (es decir, este pechito), despertó con la idea y misión de participar en un curso para escritores amateurs (juniors, principiantes, noveles o como lo quieran llamar); de hecho andaba emocionado como cerca de dos semanas con esto del “quiero ser escritor”.

Durante los días previos, se despertaba pensando en que el día del curso, debía de levantarse temprano, que tendría que ir a casa de su madre para gorrear internet, pues, era consciente que si se conectaba desde su cell no hubiera podido hacer nada, sabía que el celu le iba a fallar, más aún si tenía a otros 459 compañeros y compañeras, en la misma sala zoom; así que no, no iba a poder llevar bien el curso. 


La noche del sábado 06, Karol se acostó con todo eso en la cabeza; con la idea de que tenía que despertarse temprano. A sabiendas de que su cuerpo es medio dormilón, puso la alarma al cell, con tres horas de anticipación para el inicio de las clases (el curso iniciaba a las 9.00 de la mañana). 

Definitivamente es flojo para despertarse, es lento para alistarse, se toma su tiempo para bañarse y preparar su desayuno; es más, a veces, en cuanto se despierta, lejos de hacer lo que tenía que hacer, toma su cell y se concentra en el revisando las actualizaciones de sus redes sociales (como si tuviera un montón de seguidores); y es así como el tiempo se le va. De manera que eso hizo, puso la alarma como tres horas antes (creo que ya lo dije) y se fue a dormir, soñando y confiando en que aquel domingo sería un buen día.  

A la mañana siguiente, Karol despertó como siempre, fastidiado por la luz solar que traspasa el vidrio de su ventana y que da directo a su cara; como hacía un poco de frío, se acurrucó más y más con la colchita que tiene. Y allí estaba, tirado en su cama, esperando a que la alarma suene, pues creyó que se había despertado antes que ella, se creyó un vivo; estaba allí, despierto, tirado en su cama sin más ni menos que haciendo hora, esperando a la alarma, alarma que ya le parecía raro que no suene; el frió y la intensidad de la luz le decían que aún era temprano, que recién son las seis de la mañana, o quizás seis y media; y que la alarma, sonaría dentro de media hora; pero, no había cuando, esa alarma se estaba demorando mucho en sonar. 


Creo que todos nosotros tenemos un reloj biológico, sí, ese que nos obliga ir al baño para depurar aquello que no nos sirve; el reloj de Karol se activó y, pese a tener frío, sueño y hambre (no sé por qué el hambre está aquí pero, es decisión del editor), se levantó y fue al baño. 


Antes de, como es costumbre, tomó su cell para ver si tenía notificaciones, ya sabes algún chisme nuevo en el Whatsapp; grande fue su sorpresa cuando el reloj marcaba las 8.20 horas, ¡la alarma no sonó!, y si esta lo hizo, no la escuchó. 

Desesperado, entró al baño, hizo lo que tenía que hacer y salió a toda carrera; como pudo, se cambió; acomodó sus cosas en su mochila; tomó su bicicleta y enrumbó en dirección a casa de su madre. A media cuadra de su casa, sentía que algo le faltaba -¡carajo!, ¡la mascarilla!- se dijo entre sí al no sentirla en su rostro; volvió a casa, tomó su mascarilla y a montar la bici otra vez, a manejar rápido, a pasar los semáforos en ámbar, a llegar a tiempo.

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